lunes, 21 de octubre de 2013

LA REINAUGURACIÓN ANHELADA



Era redonda y cristalina, volaba tan libre. Verla era todo un placer, los rayos del sol eran de repente convertidos en arco iris que se mezclaba a la perfección con las sonrisas de los niños que corrían alrededor con la ilusión de capturar una burbuja de jabón.
Cada domingo, como si ya fuera una cultura inherente, las familias se reúnen en torno aquel lugar. Los niños juegan y el eco de sus gritos no ensordece. De nuevo se ven las parejas tomadas de la mano, ya sea corriendo tras aquella bicicleta que meses atrás dieron de regalo sorpresa, o tal vez tras unos patines, patinetas o solo tras sus pequeños. También manos entrelazadas jurándose amor eterno y porque no, una que otra pareja aprovechando minutos de fuga y robándose el aliento con sus besos.
Es un lugar que el tiempo ha visto crecer. Los gobernantes jugando a titiriteros han manejado este títere indefenso y viejo llamado: Plaza de Bolívar. Hace unos años quizás ocho, o tal vez nueve, la imagen era otra. Las burbujas también jugaban, esta vez alrededor de una pileta que cubría el centro del lugar. La meta de los juegos era dar tantas vueltas a la “piscina” como fuera posible, casi como si se tratara de una carrera de fondo, uno de esas que dan medallas de oro en podios.
El ambiente era tan mágico, tan de ensueño. Los niños tomaban sus juguetes con una mano y con la otra a sus padres, los que no podían negarse a alegrías tan inmensas. Correr, gritar, girar, jugar, fue pan de cada día en el lugar. El sol resplandecía y el viento era amigo de las cometas.
Luego el poder atacó, arrebatándoles a los niños el lugar perfecto para maldades inocentes. Se llevaron la pileta. Se llevaron las sonrisas, el lugar quedaba en la misma dirección, pero hasta el sol lo abandonó. Las sonrisas se cambiaron por ronquidos de abuelos que aburridos encontraron en aquel lugar triste y vacío un espacio para dormir, tomarse un café y tal vez recordar con melancolía las sonrisas inocentes que existieron alguna vez.
Pero los años pasaron, y el lugar ahora había caído en mira de los malintencionados, lo que alguna vez fue sede de alegrías, reencuentros y burbujas, era ahora sitio público para tomar, fumar, maldecir y hasta robar. La confianza de la Plaza de Bolívar se había destruido. Ya solo era llamada el sitio de los árboles caídos, puesto que hasta su inconfundible verdor se había perdido.
De pronto, cuando las esperanzas eran nulas, y los niños habían olvidado la alegría de jugar. Apareció el poder, pero esta vez buscando salvar aquel lugar. Hasta el sol, quería saber el resultado. Y los niños fueron los más intrigados. El instante llegó y de nuevo no importó la religión, la edad, la raza o el dinero que cada quién tuviera en su bolsillo, porque aquel lugar que se había convertido en un sitio de paso obligatorio no más, volvía a ser un punto de encuentro para las sonrisas, la vida, la alegría y las burbujas de jabón
Las flores le dan vida, de nuevo huele a limpio. Hay espacio para volver a correr, gritar, jugar, brincar y enamorarse. Pobres de aquellos que no pudieron vivir el robo de un beso travieso, o la tomada de manos inocente a la par del saboreo de un helado en una tarde calurosa.
Los abuelos sintieron de nuevo la vida correr por su piel. Don Luis es uno de ellos, él lleva 30 años en el mismo lugar, cada día después del almuerzo y como si fuera parte de su rutina diaria se reúne con sus amigos a tertuliar en la Plaza de Bolívar, al son de las sonrisas y con el aroma de un buen café.
Pero eso sí, como un relojito cuando marcan las seis de la tarde él se despide con voz amable de sus compañeros de recuerdos y se encamina al lugar donde su amada lo espera. Lo recibe la misma sonrisa que lo enamoró hace 60 años atrás, y él recuerda con dulzura en sus arrugas las alegrías que le dio con cada uno de sus trece hijos.
La toma de la mano y se va con ella al lugar que ha sido testigo de décadas de amor. Él le cuenta de sus aventuras evocando las sonrisas de los niños traviesos que cruzaron frente suyo recordándole la chispa de la vida. Ella serena, solo se pregunta si Luis no se cansará algún día de los pequeños, y le recuerda, a sus 20 nietos y seis bisnietos, que tanto los enorgullecen.
Tras conversar, se van a la cama, mañana será un día más y a menos de que la lluvia haga presencia, don Luis partirá de nuevo después del almuerzo a su lugar de encuentro. “Sólo cambio de rumbo los domingos, porque me voy con mi vieja a pasear y a comer lejos” dice don Luis.
El reflejo de la vida y de la igualdad se funde en un mismo lugar. Los juegos y el amor. La familia y los amigos. Todos combinan bien con una buena taza de café o un cono de helado a rebosar. Y el lugar perfecto para congeniar es de nuevo la Plaza de Bolívar de Calarcá.